Imagen de flickr |
Siendo aún muy niño, el oftalmólogo diagnosticó que necesitaba mirar al mundo a través de unas gafas. Con parche en el ojo, con cara de bueno (¡es que era mu chico!)... la pata de palo llegó hace unos pocos días.
Aquellas gafas que rompía cada dos por tres (con el consiguiente enfado paterno, ¡menudo gasto!) eran enormes y feas. Durante un tiempo llevaron en la lente derecha un prisma transparente a rayas verticales con el que aprendí a descodificar Canal Plus de un solo vistazo.
Cuestión de estrabismo... dijo el médico.
Ya en el instituto, desarrollé una extraña pasión por mirar las cosas con lupa. Y sólo conseguí reconocer que el mundo, con demasiada frecuencia, es incomprensible a mi vista de topo.
Cuestión de madurez, supuse.
Ahora, y con la misma intensidad que deriva de mi siempre excesivamente curioso carácter, me sigue gustando ver, buscar, analizar... los pequeños detalles; aquéllo en lo que no reparamos, los jardines en las grietas... pero la presbicia se me ha adelantado y sigo sin entender la mayor parte de las cosas que veo... a cada rato.
Lo he decidido: ¡voy a comprarme un microscopio!
¿Será cuestión de eso?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Hablamos a las claras, sin secretos, por eso agradezco que todos los comentarios vayan firmados. Gracias.