Creo que la medica(c)ción ha funcionado.
Motivo de consulta: Malestar general
3 de abril de 2011
Otra vez... en el Km 0
Creo que la medica(c)ción ha funcionado.
12 de noviembre de 2010
Afán de lucro y sanidad
Afán de lucro y Sanidad.
En las sociedades en que vivimos se considera aceptable que el motivo que mueve la actividad de una empresa sea el beneficio, utilizándose este como criterio de eficiencia. Este es el modus operandi de la mayoría de actividades económicas, que asume que las empresas más exitosas son las que tienen más beneficios. En realidad, en un mundo competitivo, optimizar el beneficio como objetivo central de una empresa es condición sine qua non de su pervivencia en el mercado, pues, de no alcanzar aquel objetivo, la empresa puede desaparecer. El mercado, al menos en teoría (es decir, lo que se escribe en los libros de texto de economía), es el que define la supervivencia, éxito o fracaso de una empresa, siendo el cliente el que –a través de la famosa mano invisible– determina las prioridades y la existencia de las empresas.
Este objetivo –optimizar los beneficios–, que es muy loable y es el leitmotiv del sistema económico, puede, sin embargo, entrar en conflicto con la calidad de los servicios proveídos sin que el cliente sea consciente o sepa la naturaleza de este conflicto. Un ejemplo de ello se da en los servicios sanitarios privados con afán de lucro. Tales empresas sanitarias privadas pueden intentar reducir costes en áreas necesarias para mantener la calidad de la asistencia sanitaria y la seguridad del paciente con el objetivo de alcanzar el nivel de beneficios que requiere su propia existencia y supervivencia, sin que el paciente sea consciente de ello.
La evidencia de que esto ocurre es abrumadora. Y donde más se ha estudiado este hecho es en EEUU, donde las empresas sanitarias con afán de lucro son más extensas. En EEUU, tales empresas dominan las empresas de diálisis renal, casas de convalecencia (nursing homes), hospitales psiquiátricos, servicios de rehabilitación y mutuas sanitarias conocidas como HMO (Health Maintenance Organization). Representan también el 13% de todos los hospitales agudos. En Canadá, donde el sistema de financiación es público y la provisión de servicios puede ser pública o privada (sin o con afán de lucro), existe presión por parte de los partidos conservadores y liberales (que tienen lazos financieros con tales empresas) para que el sector público contrate más con las empresas sanitarias privadas con afán de lucro. Algo semejante está ocurriendo en España. En EEUU, aunque la mayoría de la financiación es privada, existen también servicios sanitarios públicos que contratan con empresas privadas (sin y con afán de lucro).
Los estudios más detallados y extensos que existen comparando empresas sanitarias públicas o privadas sin afán de lucro con empresas con tal afán son los realizados por un equipo de investigadores sanitarios de varios centros médicos académicos canadienses y estadounidenses, y que han sido publicados en la revista médica de mayor prestigio en Canadá, la revista de la Canadian Medical Association (P. J. Devereaux, et ál. “Payment for care at private for-profit and private not-for-profit hospitals: a systemathic review and meta-analysis”, 08-06-04, y P. J. Devereaux, et ál. “A systematic review and meta-analysis of studies comparing mortality rates of private for-profit and private not-for-profit hospitals”, 28-05-02). En estos estudios, los investigadores analizaron predominantemente la eficiencia y la eficacia de las instituciones, comparando, entre otros indicadores, las tasas de mortalidad de los centros sanitarios sin afán de lucro con las de los centros con afán de lucro, estandarizando por diagnóstico, tipo de paciente y otras variables que podrían explicar la variabilidad de la mortalidad.
Los resultados, que confirma una extensa bibliografía científica, son contundentes. Los centros con afán de lucro eran mucho más caros (los precios de los servicios eran más elevados) que los sin afán de lucro, sin que su eficiencia fuera mejor. En realidad, los profesores de política sanitaria David Himmelstein y Steffie Woolhandler, de la Harvard University, han calculado que el Gobierno federal podría haberse ahorrado 6.000 millones de dólares si hubiera contactado con los centros (fueran públicos o privados) sin afán de lucro en lugar de los con afán de lucro. Estos precios más elevados se deben a los salarios elevadísimos de sus directivos (el director de una de tales empresas, Columbia/HCA, en el momento de tener que dimitir por fraude fiscal, ingresaba diez millones de dólares de compensación más 324 millones en acciones de la empresa), y enormes costos administrativos (un 6% más altos que los sin afán de lucro) en parte como consecuencia de costes en marketing, relaciones públicas, gabinetes jurídicos y servicios de selección (y exclusión) de pacientes, entre otras actividades.
En cambio, los gastos en personal sanitario eran menores, consecuencia de ahorrar personal en áreas que afectan a la calidad de los servicios, tales como servicios de enfermería y en tecnología médica. Como consecuencia, la mortalidad en los centros con afán de lucro era mayor que en los centros sin afán de lucro, datos corroborados en muchos otros estudios que han comparado tal mortalidad también en centros de diálisis y en casas de convalecencia.
Puesto que estas empresas con afán de lucro dan gran atención al confort y a lo que se llama user friendliness (mayor tiempo de visita y menos listas de espera, así como mejor aspecto hotelero), son exitosas en atraer pacientes-clientes de rentas superiores. En realidad, su éxito depende de la subfinanciación del sector público, muy marcada en España, lo cual explica su probable extensión en los años venideros, que se pronostica van a ser de gran austeridad de gasto público. Sería un gran error que las autoridades públicas ofrecieran ventajas fiscales (como desgravar los pagos o pólizas a tales empresas), pues, además de subsidiarles, facilitaría la válvula de escape que significaría su extensión, reproduciendo la pobreza del sector público al diluir la presión para que aumente su financiación.
(*)Vicenç Navarro es Catedrático de Políticas Públicas de la Universitat Pompeu Fabra y profesor de Public Policy en The Johns Hopkins University.
(**)Ilustración de Mikel Jaso
4 de octubre de 2010
Des-equilibrio
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Imagen de picsdigger.com |
Al principio a nadie le pareció extraño aquel deambular por la vida a tropezones, en círculo, sin ningún sentido... "Es lógico"- decían algunos.."Será por el shock"... Como aquel desequilibrio mío iba de mal en peor (aunque yo no quisiera reconocerlo...), mi Padre me llevó, obligado, al médico. "Es ansiedad... tu problema son los nervios... tu carácter..."- dijo con voz calmada aquel doctor, como queriendo transmitir tranquilidad con el diagnóstico.
Han pasado cinco años.
Y me he vuelto a dar un buen golpe. ¡Con tan mala pata! La misma fractura que entonces... en el otro oído.
¡Ya estoy desequilibrao del tó!
22 de septiembre de 2010
Mitos sobre la sanidad privada (¿?)
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Reproducción íntegra del artículo "Mitos sobre la sanidad privada", de la sección de Opinión: Dominio público;Diario Público. Martes 21 de septiembre de 2010.
Hace pocos meses se constituyó el Instituto para el Desarrollo e Integración de la Sanidad (IDIS). Esta fundación –que, por el momento, aglutina a más del 80% de los operadores sanitarios privados– tiene como objetivo poner en valor la aportación de este sector dentro del marco sanitario nacional y dotarlo de una representación acorde con su peso real en un contexto de colaboración y complementariedad con la sanidad pública. La sanidad privada, que da servicio a 8,5 millones de usuarios y sus familias, ha de contemplar en ocasiones el ataque deliberado por parte de quienes, sin ningún dato objetivo, consideran que la sanidad privada, la sanidad que deciden elegir libremente tantos usuarios, es, per se, de mala calidad.
En el artículo titulado “La sanidad española”, publicado a finales de julio en este periódico, su autor trataba de justificar la falta de inversión en sanidad pública denunciando que se estaba prodigando lo que él denominaba “la polarización de la sanidad” en privada y pública, destacando la primera por cuestiones fundamentalmente hosteleras y la segunda, y cito textualmente, porque “es mucho mejor en la calidad del personal y apoyo científico tecnológico que la sanidad privada”.
En ocasiones, el desconocimiento o la falta de información sobre el funcionamiento del sector sanitario en nuestro país hace que se lancen mensajes que en nada favorecen al sistema en su conjunto y que están muy lejos de la realidad. En muchos casos son opiniones fácilmente refutables que, sin menospreciar en ningún caso a la sanidad pública, podrían rebatirse haciendo un listado pormenorizado sobre dónde se encuentran los principales avances tecnológicos de este país a nivel sanitario. No voy a entrar en ello en este artículo, aunque quiero dejar claro que la calidad del sector sanitario privado está fuera de toda duda, como lo demuestra por ejemplo el hecho de que, año tras año, más del 85% de los funcionarios, a través de Muface, eligen libremente el sistema de sanidad privada frente al sistema sanitario público. Tomando este ejemplo como referencia, o el simple hecho de que hay millones de usuarios que mantienen un doble aseguramiento, me pregunto: ¿en base a qué se llegan a esas conclusiones respecto de la sanidad privada?
Lo único que es válido y objetivo para determinar la calidad en sanidad son los resultados sanitarios y, hoy por hoy, no hay ninguna institución pública, sí las hay privadas, que los exponga públicamente. Ni siquiera sirve como indicador el índice de satisfacción de los usuarios precisamente por su subjetividad. El único análisis válido que se puede hacer es por especialidades, por la morbilidad y la mortalidad de los procesos y por el pronóstico y la evolución de las enfermedades. Todo lo demás y las comparaciones que se puedan realizar –que, por cierto, siempre vienen desde el mismo lado y demuestran una gran animadversión hacia el sector privado– lo único que contribuyen es a aportar confusión a los ciudadanos, producir el desaprovechamiento de los recursos sanitarios y empeorar en general la oferta sanitaria de este país.
Se da la circunstancia de que la sanidad privada, a diferencia de lo que ocurre en los países de nuestro entorno, no está integrada, sino que es complementaria al sistema público, ya de por sí universal y gratuito. Además, la sanidad privada está sufragada principalmente de forma voluntaria por unos cuantos millones de usuarios a través de mutuas y aseguradoras a las que realizan unos pagos que contribuyen directamente a descargar el gasto sanitario público, ya que lo que se realice en el sector privado se lo ahorran las arcas públicas. Se estima que este ahorro supone 1.300 euros por persona y año. Por tanto, parece bastante inadecuado, sobre todo en tiempos de crisis, echar tierra sobre un sector que contribuye de forma directa a la sostenibilidad del sistema.
Aunque existiera una sanidad privada con escasos medios y recursos –que no es el caso, afortunadamente–, la actitud debería ser muy diferente. No hay que olvidar, además, que el sector privado está sometido a la legislación vigente y que las autoridades ya se encargan de velar por que se cumplan unos mínimos en la calidad de los medios y servicios que se dispensan.
Por tanto, insisto, ¿cuál es el fundamento que hace que se concluya que la sanidad privada es peor que la sanidad pública? Y ¿qué pensaran los 300.000 trabajadores del sector cuando se está poniendo permanentemente en tela de juicio su profesionalidad y su dedicación?
En este país, afortunadamente, disponemos de uno de los mejores sistemas sanitarios públicos que existen en el mundo. Y dadas las dificultades que se plantean en la cada vez más compleja asistencia sanitaria, tener un sistema público universal y gratuito es un auténtico lujo que no comparte casi ningún ciudadano de los países de nuestro entorno. Pero esto no hace que sea admisible que se critique de la forma que se hace, con tan poca base y de forma gratuita, un sistema sanitario privado que también es un lujo y un éxito para nuestra sociedad, precisamente porque compite con un sistema sanitario público de cobertura universal y gratuito.
Lo único que debería ser válido en un tema tan serio y sensible como la salud son los resultados sanitarios. Con lo que realmente habría que acabar es con la polarización sanidad pública-sanidad privada, porque hay hospitales públicos y privados que son referencias nacionales e internacionales y también hay otros centros, tanto en un sector como en el otro, que habría que replantear.
Por eso habría que abogar, entre todos, por hacer exigibles los resultados sanitarios. Lo demás es demagogia."
(*)Juan Abarca Cidón es médico y abogado. Secretario General del IDIS
Ilustración de Alberto Aragón
Sólo una cosina más: dejo el enlace del artículo. Algunos comentarios de los lectores son realmente magistrales. ¡Ja!
http://blogs.publico.es/dominiopublico/2462/mitos-sobre-la-sanidad-privada/
2 de agosto de 2010
Qué viene el lobo... y nosotros, a verlo venir!
Si hubiera sabido que el Profesor Navarro iba a tratarlo a los pocos días en el siguiente (y brillante, aunque reconozco que por momentos espeso y excesivamente técnico) artículo de opinión sólo algunas horas después de mi entrada... me hubiera ahorrado la introducción.
Os invito a su lectura y, sobre todo, a la reflexión posterior.
La mía: nunca hay solo un camino, una forma de hacer las cosas... otro " lo que sea" es posible.
Y quizás eso es lo mejor de un momento en el que nos toca, digo yo, empezar a pensar más en lo importante, porque me da que en septiembre sí que empieza la verdadera crisis... Haremos algo. O volveremos a hacer nada (o sea, lo de siempre).
VICENÇ NAVARRO

Existe una visión excesivamente complaciente de la sanidad española que señala que España se gasta ya en sanidad lo que le corresponde por su nivel de riqueza. Los que sostienen tales tesis presentan los últimos datos de la OCDE (el grupo de países más ricos del mundo) que muestran que España se gasta un porcentaje de su PIB casi idéntico al del promedio de los países de la OCDE. Este dato, sin embargo, es desorientador y poco significativo. La OCDE es un grupo de países de enorme diversidad en su nivel económico, incluyendo países como México y Chile, que tienen un PIB per cápita y un gasto sanitario muy bajos. De ahí que el promedio sea relativamente bajo, lo cual nos da una buena imagen, que es lo que desean quienes utilizan tal indicador.
El indicador más valioso para medir el grado de desarrollo de la sanidad pública española es el gasto público sanitario por habitante comparándolo con el promedio de la UE-15, el grupo de países de la UE de semejante nivel de desarrollo al nuestro. Y ahí sí que no hay razones para la complacencia. Continuamos estando, junto con Grecia y Portugal, a la cola de la UE-15. Si en lugar de tal indicador escogemos el gasto público sanitario como porcentaje del PIB o el porcentaje de la población adulta que trabaja en sanidad, vemos que también estamos a la cola de la UE-15.
Este bajo gasto público explica la polarización por clase social de la sanidad española, de manera que el 30% de la población española (la de renta superior) utiliza la sanidad privada, y el 70% restante, las clases populares (la clase trabajadora y la mayoría de las clases medias), utilizan los servicios públicos. Esta polarización de la sanidad no es buena ni para las personas de rentas superiores ni para la mayoría de la población, puesto que, aun cuando la privada sea, en general, mejor que la pública en confort (una cama por habitación hospitalaria, por ejemplo), tiempo de visita más largo, listas de espera más cortas y mejor trato personal, la pública es mucho mejor en la calidad del personal y apoyo científico tecnológico que la sanidad privada. Con lo cual, si el lector cae enfermo de verdad, le aconsejo que vaya a la pública, tal como hizo el rey de España.
Lo que se requeriría sería una sanidad pública multiclasista que tuviera el confort de la privada, manteniendo la calidad de la pública. Ahora bien, para ello se necesita mucho más dinero. En realidad, la subfinanciación de la sanidad pública se ha agravado como consecuencia de la crisis, lo cual ha forzado a las autoridades públicas a considerar varias opciones a fin de conseguir recursos para la sanidad pública. Algo que debiera ya haberse hecho desde hace tiempo (y que estaba en los programas electorales de los partidos de izquierda, incluyendo el PSOE), era una mayor carga impositiva (y muy en especial de los sectores que se han beneficiado más estos últimos años de la gran bonanza económica) que conllevará mayores recursos al Estado. Es escandaloso que, mientras el porcentaje en impuestos que paga un trabajador de la manufactura en España sea el 74% del que paga su homólogo sueco, el de un gran empresario sea sólo el 38% de su equivalente sueco.
Otra medida que debería considerarse es el incremento de impuestos finalistas sobre el tabaco y el alcohol, mucho más bajos que en el promedio de la UE-15. Otra fuente de ingresos debería ser el pago que las mutuas laborales controladas por la patronal tendrían que hacer a la sanidad pública con el fin de cubrir el coste de atender las enfermedades laborales, que significan casi el 18% de todos los enfermos hospitalizados. Las mutuas laborales (las entidades con mayores beneficios en el mundo mutual) no pagan –como deberían– estos gastos. Si lo hicieran, el Estado conseguiría unos ingresos considerables.
Los medios de información de mayor difusión han olvidado estas fuentes de ingresos, centrándose en los copagos (y, muy en particular, el copago de un euro por visita, cantidad que se justifica frecuentemente como medida disuasoria para reducir la demanda). Se asume erróneamente que el usuario español abusa del sistema, tomando el elevado número de visitas sanitarias por habitante (nueve visitas) como ejemplo de este abuso (el promedio de la UE-15 es de seis). Pero lo que no se dice es que, de estas nueve visitas, hay al menos tres que en otros países son atendidas por o bien una enfermera o bien un administrativo, y que en España, en cambio, las hace el médico. El médico está sobrecargado, pero ello no quiere decir que el usuario abuse, pues en otros países las enfermeras tienen mayor responsabilidad y los médicos tienen mayor apoyo administrativo. Las reformas del sistema, priorizando la atención sanitaria comunitaria, como se está haciendo en Catalunya, es una manera de disminuir la demanda. Por otra parte, quien genera la demanda que ocasiona gastos (farmacia, pruebas clínicas, intervenciones) no es el usuario, sino el médico.
En España ya existe el copago en farmacia y este puede mejorarse en cuanto a su equidad. Pero es erróneo centrarse en el copago a costa de las otras intervenciones públicas más generadoras de recursos. Ello no niega la importancia que el copago pueda tener para conseguir fondos para proveer nuevos servicios (como podología u odontología), siempre que sus precios sean regulados y equitativos. Lo que no puede permitirse es que continuemos a la cola de la UE-15
en gasto público. El riesgo de privatización y de mantenimiento de la polarización pública-privada no procede de los copagos, sino de la desgravación de las mutuas sanitarias privadas, lo cual, además de significar un coste al erario público (cualquier desgravación es un subsidio público), incrementaría todavía más la polarización del sistema sanitario por clase social, lo cual sería un gran error.
Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y director del Observatorio Social de España
Ilustración de Mikel Jaso
Publicado en : Dominio Público, Diario Público, Jueves 29 de Julio de 2010:
http://blogs.publico.es/dominiopublico/category/vicenc-navarro/
27 de julio de 2010
Una reflexión médica

Hace falta, y creo que es urgente, o por lo menos importante. Pasamos por un momento en el que la cacareada y sufrida (siempre por los mismos… otra vez) crisis pone en riesgo nuestro universal, público y gratuito Sistema Sanitario. Desde que el antiguo INSALUD se convirtiera en diecisiete sistemas sanitarios distintos (no tengo ni idea de cómo se lo montan en las siempre olvidadas Ceuta y Melilla) algunas (pocas, en mi opinión) cosas han cambiado para bien. Pero sobre eso ya escribiré otro día…
También otro día hablaré de que es falso el axioma tan generalizado de que el acceso a la salud en España es universal, pues los inmigrantes sin papeles, en algunas Comunidades (en muchas, con Madrid a la cabeza) tienen acceso únicamente a la atención de Urgencias. Y se les ponen interminables trabas burocráticas para que obtengan la tarjeta sanitaria, que garantizaría el acceso a todos los recursos sanitarios públicos. Esto se resuelve, en algunas ocasiones, por la voluntad personal de profesionales que se buscan las vueltas para tratar a estos “sin papeles”, arriesgándose entonces a expedientes y sanciones (y os aseguro que sé de lo que hablo).
Y dejo de nuevo para mejor ocasión lo de que la Sanidad Publica es gratuita. Que no se nos cobre por las atenciones recibidas, sean éstas una consulta de urgencias, de atención primaria, una analítica o un escáner, por ejemplo, no quiere decir que nos salga gratis. Entre todos, con nuestras correspondientes aportaciones fiscales, mantenemos el sistema. Es como decir que lo pagamos a diario. Y es así. En su día aceptamos que el modo de contribuir de cada ciudadano dependía, fundamentalmente, del nivel personal de renta, de tal modo que la carga impositiva es proporcional. Y también se acordó en diversas leyes (la Constitución del 78, la Ley General de Sanidad, etc) que, en el caso de aquellos que no disponen de recursos económicos suficientes, la atención debe ser la misma, independientemente de su contribución fiscal a la Cosa Publica, asumiendo el resto de ciudadanos ese coste. Por eso, cuando oigo hablar de “copago” me hierve la sangre e inmediatamente corrijo: en todo caso, será re-pago.
Pero lo que quiero contarles hoy tiene más que ver con el ejercicio práctico de mi profesión, y no con la gestión del sistema, aunque también. Es urgente que revisemos nuestra propia actitud frente al paciente. Y es preciso que, sin obviar opiniones externas, esa revisión nazca de una necesidad reconocida en nuestras propias carencias. Debemos dejar de mirarnos el ombligo en plan “House” y ser capaces de vernos desde el otro lado de la mesa de la consulta. Porque no siempre lo estamos haciendo bien. Hace ya unos cuantos años que desarrollo mi labor profesional, pero sólo uno que lo hago en el SES. Me conocéis, así que no hace falta decir que antes no me dedicaba precisamente a la medicina privada (otro "temazo"). En estos, hasta la fecha, trece meses de trabajo en el Complejo Universitario Infanta Cristina de Badajoz ya me he encontrado de todo, y me gustaría decir que lo que hoy os cuento son excepciones… Pero las excepciones, que son como las meigas, son aquellas en las que el Profesional de la salud de turno trata “bien” al paciente o a su(s) acompañante(s). Y como lo más frecuente se acaba, desgraciadamente, convirtiendo en norma a fuerza de repetirse, parece que lo extraño es tener un mínimo de educación. Así las cosas, hablar de empatía parece algo de otro mundo.
Cuando el paciente va al Servicio médico que sea, y aún más si es a Urgencias, en la mayoría de las ocasiones lo hace para buscar ayuda, consejo profesional cualificado y, muy especialmente, calmar sus dolencias. Y lo de menos para él es si éstas son “graves” o no. Que debería ser de otra manera... que a las Urgencias hospitalarias deberían acudir sólo aquellos pacientes aquejados de una patología “importante”… Puede ser. Pero somos estúpidos si pretendemos que el ciudadano sea quién decida qué es importante y qué no, ése es nuestro trabajo. Igual que es parte de nuestro trabajo hacer Educación para la Salud: eso que queda tan bien en congresos y reales decretos, pero que muy pocos desarrollamos a diario.
Les pondré un ejemplo: un dolor de muelas no es una patología que ponga en riesgo la vida del paciente, claro que no. Pero si un paciente acude de madrugada al Hospital por un dolor de muelas, de poco sirve echarle la bronca y tratarle como a un capullo. No es ése el sitio al que hubiera debido acudir, cierto. Para eso están los Centros de Salud de Urgencias (ahora rebautizados como Puntos de Atención Continuada), vale. Es cierto también que el volumen de demanda es tal, que si consigues descansar un poco en un turno de 24 horas de guardia, hay momentos (especialmente de madrugada) en los que no te apetece que te consulten por un dolor de muelas, o por una gastroenteritis, o por un catarro... pero para eso estamos. House y ficciones por el estilo nos han hecho mucho daño y parece que sólo nos sentimos bien curando "lupus" o enfermedades hiperextrañas, que son extrañas precisamente por su baja frecuencia...
Hagamos uso entonces una buena praxis médica, seamos pacientes (de tener paciencia y de ponernos en lugar del paciente, pensando que no sabemos nada de lo que sabemos por nuestra formación) y calmemos el dolor de quién nos consulta. Con frecuencia nos olvidamos de lo que puede llegar a doler una muela, o unos gases, o lo que sea; independientemente de que desde el punto de vista médico sea una urgencia vital o no. Evitemos, si tenemos claro el diagnóstico, pruebas complementarias injustificadas, que apenas, en estos casos, sirven para aumentar el gasto (y nunca me ha valido eso de que si no el paciente no se queda tranquilo: ése es también nuestro trabajo, convencer al paciente de que lo que le pasa no exige una radiografía, ni tres analíticas, ni una eco, ni un tac…). Y recordemos que el paciente sólo confiará en nosotros, como es lógico, si no le tratamos a pedradas. Si empatizamos con él y su dolencia. Si, por ejemplo, nos presentamos al llamarlos a la consulta (debo ser una excepción, y no quiero dármelas de guay, pero llamamos a los pacientes de tú y ¡ellos ni siquiera saben a quién tienen delante!). Expliquémosles con calma los pasos a seguir en la exploración, porque no basta con decirle al paciente “túmbate”, para tocarle la barriga, poner el fonendo en su pecho desnudo, o hacer un tacto rectal a un paciente. Si estuviéramos nosotros en la camilla otro gallo cantaría, de eso sí que estoy seguro.
Y aprovechemos el tiempo en que la medicación intravenosa hace efecto para charlar con el paciente; o, si no hay tiempo, al menos acerquémonos de vez en cuando a preguntarle qué tal va. Y en el momento del alta tranquilicémosle con un “que se mejore”. Si hacemos todo eso, es mucho mas fácil también poder explicar, desde la calma, que ya no tiene importancia, pero que la próxima vez, con una dolencia similar, debe acudir al Centro de Salud, que está para cosas como ésa y que seguramente, de haberlo hecho, ya haría mucho que estaría en su casa y sin dolor… pues no hubiera tenido que esperar a que antes que a él atendiese a aquel señor del infarto, ni a aquella otra señora de la obstrucción intestinal (urgencias urgentes, se entiende).
Todo es mucho más fácil si nos lo proponemos. Pero para eso, debemos asumir antes que nosotros, los Súper- médicos, no siempre lo estamos haciendo bien. Y ya va siendo hora de empezar a cambiar actitudes, dejar de preocuparnos tanto por cuántos artículos publicamos o en qué congreso nos han citado, para empezar a decir, desviando por un momento la mirada del ordenador, simplemente: “Buenas, soy Jesús, Médico de Urgencias, ¿Qué le pasa?”. A mí, al menos, me funciona.