Motivo de consulta: Malestar general

AVISO: Antes de tomarte en serio algo de lo que aquí leas, recuerda que todos tenemos derecho a una segunda opinión.
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24 de octubre de 2010

Hay veces en la vida

Hay veces en la vida…
Y hay vida en algunas veces…

A mí me pasa más después de una guardia dura.
Como hoy.


Cuando esta mañana aparqué la moto al llegar del Tajo (así, como el río), no tenía fuerzas ni para pedir el desayuno en el bar de la esquina. Menos mal que Mayte, la camarera, se sabe mis turnos y deduce (por el tamaño de mis ojeras) si la tostada la quiero con tomate o con tinta de calamar.
Estaba libre mi sitio de siempre, junto a la/s ventana/s. Me senté tras saludar cabeceando y puse el periódico encima de la mesa. Maté el tiempo, esperando la media de papel bien churruscada, dando vueltas (con la cucharita) al enésimo cortado que leía desde ayer. Me bebí la columna de contraportada, que es lo primero que vivo cada sábado… Sonreí. La puerta del bar pesa demasiado tras veintiséis horas sin dormir…


                                                                       * * *
¡Pim-pam-pum… ¡fuego! Aquella mujer no caminaba. ¡Desfilaba! Con su sombrero de flores, la camiseta de rayas…y la sonrisa bien puesta.
Me alegré tanto de verla como cuando cazaba atardeceres con las puertas. Como cuando los secuestradores de almas liberaron las macetas de aquella floristería. Como cuando las moscas se hartaron de cocacola. Como cuando cuando comí sobre el mantel de la Trattoria ambulante, ése de cuadros rojos (y blancos). Como cuando tuve músculo/s en la barba, de tanto pensar.
Como cuando dieron en directo, por todas las televisiones del mundo, la proeza aquélla de los mineros chilenos, que sepultaron (por corrimiento de conciencias) al presidente de su país. Y con él a todos los explotadores. Y una obra de teatro con periodistas-marioneta… Para sentirse menos anuncio…y un poquito más pobres.
Me sentí como en casa de una amiga. No; me sentí como esa vez en aquella excursión. Cuando yo casi perdí las penas y mi autobús se tuvo que pasar de pueblo para esperar(me)…
Con su sombrero de rayas y la camiseta de flores. Estaba tan guapa como la noche otra, en el bar barato, donde la gitana le escuchó los ojos y se puso a bailar. Como cuando aquel tipo chulito (tan innecesariamente in-quieto) le regaló una rosa de plástico. Como el segundo aquél en el que ella se compró el colgante de piel. Y se re-reía, sin parar de moverse… como la tarde ésa en que descubrió, entre dos paradas de metro, aquel abrazo tan libro, al lado de la casa con el sol en la puerta.

                                                                       * * *
 Lo confieso, no pude evitarlo… y le miré el culo en cuanto hubo ocasión. De los bolsillos traseros de su pantalón de algodón de azúcar asomaban, mágicamente… una cuchara y un cuchillo… de palo. Y papelitos doblados.


                                                                       * * *
Estaba post-ciosa, que es muchísimo más que pre-ciosa.
Se sentó en el bordillo de la acera. Sonrió como si aquella fuera la mayor aventura de su vida. Sacó del bolso una botella de ron. Y comenzó a canturrear, mientras aporreaba el tamborín imaginario con los dedos en el aire, dibujando libélulas… Un trago, dos, seis, ¡catorce!
Llevaba los tacones manchados de chocolate negro. Se encendió un piti, de liar(la), ¡claro! Y ¡zas! De sus orejas brotaron pajaritas de papel que hacían surf sobre hojas de árboles púrpura…entre nubes de café nespresso… a la altura del piso veintitantos.


                                                                        * * *
El espectáculo duró unos cinco minutos… y estuve lo suficientemente ágil como para sacar las fotos necesarias, con el móvil de la cámara.


                                                                         * * *
Casa: no se me van las imágenes de la cabeza… Han quedado color sepia, como a media luz… Pero no es ningún rollo obsesivo, ¡qué va! Se parece más a eso que te agarra las ganas cuando quieres un capricho y lo deseas con todas tus frases…
Como cuando llegas a casa después de una guardia de mierda y hay una carta inesperada que te asalta desde el buzón. Y se te olvida, por un buen rato, que hace cinco meses (en la guardia de ayer), se te murió aquel paciente del coma diabético…


                                                                       * * *
Y ahora, ¿qué? ¡Eh! ¿Alguien me da las instrucciones para poder dormir?




Hay veces en la vida… Y hay vida en algunas veces…
Como cuando me quedo dormido desayunando en el bar de la esquina, con el periódico entre las manos… y sueño verdades posibles.

7 de agosto de 2010

Últimamente...







Ilustración de Juanma Montiel. juanmamontiel.blogspot.com


Últimamente, cuando salgo de guardia, los típicos tópicos me parecen utópicos...

Últimamente, cuando salgo... todo me parece más (o menos) real...

Hoy, ahora... ¡zas! Llegó la hora.

El reloj desajustado de mi cabeza se paró, hace ya tiempo,

a las seis a eme...

Buenos días, noche.
Buenas noches, día...

Últimamente... aún con el cerebro líquido y las ojeras puestas;
Últimamente... me parece que últimamente es siempre.

31 de julio de 2010

Noche de guardia


Vuelve a hacer mucho insomnio esta noche... y he recordado lo que alguien que conozco me escribió una vez sobre una de sus noches de mal dormir. Lo he pensado bastante , y aunque puede que a mi confidente no le guste demasiado, creo que hay cosas que todos deberíamos conocer y pensarlas un rato, así que me decido a dejarlo aquí... hasta que cambie de idea:





Salgo de guardia. Noche dura.

He dormido, pero la conciencia descansa mal cuando asumes responsabilidades difíciles. Mantener a alguien durante más de seis horas de rodillas, esposado de manos, después de inyectarle un cóctel de ansiolíticos y antipsicóticos en contra de su voluntad... No es fácil reconciliarte contigo mismo después de firmar esa orden.

Se duerme… a ratos; de puro agotamiento. Se sufre, todo el tiempo. Tratar a las personas como a perros salvajes es inaceptable (y aquí no cabe el debate ni la duda, trabajo con pacientes humanos, no con animales; aunque ellos hayan cometido en algún momento actos impropios de nuestra especie...).

"Dado el estado del paciente y ante el riesgo de agresión y autolesión, se autoriza la sujeción mecánica del interno “equis”.

Para que sirva y a los efectos oportunos; así lo firmo el día de la fecha a tal hora, en tal Centro Penitenciario.

Fdo: Yo

NºCol: XX/XXXX/XXXXX"

El boli no escuece con la rúbrica. El efecto es posterior y progresivamente más intenso.

No se duda entonces. La imperiosa necesidad de acelerar el desenlace inhumano impide el titubeo: Hacedlo, rápido; y salid de aquí cuanto antes. Dejadle espacio, aire que respirar... Y CALLAD!!!.

Silencio, bestias. Acaso puede el ratón calmarse ante un ejército de gatos hambrientos, que le acorralan enseñando los dientes y las defensas de goma????

CALLAD, DEJÁDLE, SALID DE AQUÍ!!!!!!!!!!!

Humillación gratuita. No cabe justificación, por inteligente que sea. Y de tremendos felinos, permítanme dudar (aunque la duda ofenda), no sueles oír discursos brillantes.

Acelero el paso. Describo la actuación, con detalle y brevedad, en la Historia Clínica del paciente.

La mano derecha empieza a pesar. Los dedos casi tiemblan. Las yemas de corazón y pulgar escuecen tanto que decido lavarme las manos. Poncio Pilatos.

De camino al cuarto de guardia evito escuchar los comentarios. Los Funcionarios del Módulo 6 aparecen serios, al fondo de la Galería 1, detrás de la puerta mecánica que separa la Clínica de los Módulos; que separa mi mundo del suyo.

Ya no son tigres. Se tornaron personas.

Don Manuel, que colocó los grilletes, me busca con la mirada. Mirada cómplice, sí! Sus ojos gritan: "A mí también me escuecen los dedos, Doctor". Y no sé hacerme el sordo ante esos ojos.

Ññññññññññññññññiiiiiik. Tac. Cuando la puerta del Rastrillo 3 termina de abrirse y me permite el paso, vuelve el soniquete: ñññññññññññññiiiiiik. Se cierra a mi espalda con un postrero golpe seco que inunda la estancia y retumbará toda la noche en mi cabeza: TAAAACC!

Al pasar por delante del Funcionario del Control no me detengo.

-¡Eh, Doc!.-me grita- ¿vienes del seis, no?.

Antes de que pueda articular palabra, ni detenerme si quiera, lo suelta: ¿Le has esposado, no?.

-Sí, -contesto lacónicamente.

Y lanza el dardo.

-¿Quién te ha visto y quién te ve, Doctor?-. y añade, sarcástico- Me encanta.

Y vomité la respuesta por acto reflejo, no recuerdo haberla pensado; de hecho, incluso yo quedé sorprendido al escucharme.

-No te equivoques, cabrón. Lo hago por su seguridad y asumo las consecuencias. Yo no soy como tú.

Silencio. Choque de trenes y pupilas enfrentadas, Gesto duro, casi retador.

El tiempo pasa lentamente. El tac de la puerta cerrándose a mi espalda no cesa...machacante banda sonora de la espera.

Módulo 6, Celda 21. Nueva visita.

Han pasado cinco horas y la medicación ha hecho efecto. Los restos de saliva reseca en los labios y mejilla de "equis" hacen de Notario. Intento sin conseguirlo, mostrar respeto y cercanía en mi trato; pero soy severo en el discurso: "¿Cómo estás?". Y el ratón muta a león. No le entiendo, pero lo adivino. "Tranquilo, Tranquilo, Hicham" (o Said... ya no me acuerdo, ¿...o si me acuerdo?). "No es una negociación"-, escupo. Ahora sólo hablo yo: te pincho y en media hora te soltamos. Y no quiero volver a esposarte luego. Ni una bronca, ni un grito. ¿Entendido?" Le alargo un pito: el beso de Judas, pienso. Salgo de la celda lentamente, casi no cabemos nosotros dos y debo aún sortear a tres Funcionarios, el Jefe de Servicio y tres porras de goma. Esquivo un charco junto a la puerta de la celda que huele a pis. ¡Joder! Esposado no llega a la taza.

Taac.

Veinte minutos más tarde me encuentro en el mismo lugar. Alguien ha recogido el pis, el suelo aún está mojado por la fregona mal escurrida. Los Funcionarios, sin previo aviso, le han soltado la mano izquierda para que pueda cenar. Paso el primero y me agacho, me pongo a su altura. Rompo las reglas y me expongo al golpe. Él me mira, interrogante. "¿Todo en orden?", pregunto tranquilo. Sé de sobra que a otro ya le habría agarrado el cuello y mordido una oreja. Aún así, adelanto la rodilla derecha para marcar mi espacio. Sonríe.

Incluso así, vejado, con grapas en la frente, marcas en las muñecas, la camiseta ensangrentada y moratones en la espalda (que no se ven, pero se intuyen) es un morito guapo. Ojos negrísimos, complexión atlética, lampiño, pero con una melena rizada que le confiere dureza.

-Soltadle-. Y me obedecen.

Antes de abandonar el chabolo me da la mano dos veces. Y se atasca al hablar: "Grasias, Médico; yo portarme bien, te lo juro por mis muertos". Y me estrecha la mano como lo hacen los hombres de palabra, con fuerza. Después se golpea suavemente el pecho, sobre el corazón, y baja la mirada. "Uno sigarro, por favó". Le doy dos. Y vuelve a darme la mano...

Ya en la Consulta, nuevamente escribo lo ocurrido. Y después, firmo el parte que autoriza la retirada de sujeción mecánica.

Tac.

Necesité una ducha helada para espabilar la mala noche. Mis oídos ignoraban las noticias que escupía a todo volumen mi radio-despertador, sobre el archivador que hace las veces de mesilla en el dormitorio de guardia. Me visto rápido. Recojo el cuarto en un santiamén y bajo a Jefatura. Me despido, mochila a la espalda, y saludan con aprecio. Me respetan. Son compañeros y así lo sentimos mutuamente. Hasta el punto de buscar la colaboración aún sabiendo que pensamos lo contrario que el otro. Ya camino hacia el patio cuando me dicen: "Doc, gracias". "De nada, para eso estamos", respondo sin girarme.

El arco de seguridad del Control de entrada siempre se vuelve loco cuando paso: píííííííí´-pííiíiííííi...

Salgo al aparcamiento y guardo la mochila en el coche. Respiro hondo el aire helado de la mañana y contengo la respiración.

Vuelvo a entrar.

Cuando llego, la puerta del despacho del Director está entreabierta. Toco suavemente y pido permiso.

- Adelante, siéntate, por favor.

- Buenos días, ...

Y ésa es la opción que defiendo. Y sé que me escucha con atención, y toma nota.

Y deseo, aunque no lo espero, que en la próxima guardia algo cambie, a ser posible, para bien.

TAAAACC.

Ya no me escuece la mano. Ahora me duele la boca.


Por cierto, si mi "confidente" lo autoriza, algún día os contaré si la conversación tuvo algún fruto... puede que entonces podamos dormir mejor.
O puede que no.

Las imágenes son de Google

27 de julio de 2010

Una reflexión médica


Hace falta, y creo que es urgente, o por lo menos importante. Pasamos por un momento en el que la cacareada y sufrida (siempre por los mismos… otra vez) crisis pone en riesgo nuestro universal, público y gratuito Sistema Sanitario. Desde que el antiguo INSALUD se convirtiera en diecisiete sistemas sanitarios distintos (no tengo ni idea de cómo se lo montan en las siempre olvidadas Ceuta y Melilla) algunas (pocas, en mi opinión) cosas han cambiado para bien. Pero sobre eso ya escribiré otro día…

También otro día hablaré de que es falso el axioma tan generalizado de que el acceso a la salud en España es universal, pues los inmigrantes sin papeles, en algunas Comunidades (en muchas, con Madrid a la cabeza) tienen acceso únicamente a la atención de Urgencias. Y se les ponen interminables trabas burocráticas para que obtengan la tarjeta sanitaria, que garantizaría el acceso a todos los recursos sanitarios públicos. Esto se resuelve, en algunas ocasiones, por la voluntad personal de profesionales que se buscan las vueltas para tratar a estos “sin papeles”, arriesgándose entonces a expedientes y sanciones (y os aseguro que sé de lo que hablo).

Y dejo de nuevo para mejor ocasión lo de que la Sanidad Publica es gratuita. Que no se nos cobre por las atenciones recibidas, sean éstas una consulta de urgencias, de atención primaria, una analítica o un escáner, por ejemplo, no quiere decir que nos salga gratis. Entre todos, con nuestras correspondientes aportaciones fiscales, mantenemos el sistema. Es como decir que lo pagamos a diario. Y es así. En su día aceptamos que el modo de contribuir de cada ciudadano dependía, fundamentalmente, del nivel personal de renta, de tal modo que la carga impositiva es proporcional. Y también se acordó en diversas leyes (la Constitución del 78, la Ley General de Sanidad, etc) que, en el caso de aquellos que no disponen de recursos económicos suficientes, la atención debe ser la misma, independientemente de su contribución fiscal a la Cosa Publica, asumiendo el resto de ciudadanos ese coste. Por eso, cuando oigo hablar de “copago” me hierve la sangre e inmediatamente corrijo: en todo caso, será re-pago.


Pero lo que quiero contarles hoy tiene más que ver con el ejercicio práctico de mi profesión, y no con la gestión del sistema, aunque también. Es urgente que revisemos nuestra propia actitud frente al paciente. Y es preciso que, sin obviar opiniones externas, esa revisión nazca de una necesidad reconocida en nuestras propias carencias. Debemos dejar de mirarnos el ombligo en plan “House” y ser capaces de vernos desde el otro lado de la mesa de la consulta. Porque no siempre lo estamos haciendo bien. Hace ya unos cuantos años que desarrollo mi labor profesional, pero sólo uno que lo hago en el SES. Me conocéis, así que no hace falta decir que antes no me dedicaba precisamente a la medicina privada (otro "temazo"). En estos, hasta la fecha, trece meses de trabajo en el Complejo Universitario Infanta Cristina de Badajoz ya me he encontrado de todo, y me gustaría decir que lo que hoy os cuento son excepciones… Pero las excepciones, que son como las meigas, son aquellas en las que el Profesional de la salud de turno trata “bien” al paciente o a su(s) acompañante(s). Y como lo más frecuente se acaba, desgraciadamente, convirtiendo en norma a fuerza de repetirse, parece que lo extraño es tener un mínimo de educación. Así las cosas, hablar de empatía parece algo de otro mundo.

Cuando el paciente va al Servicio médico que sea, y aún más si es a Urgencias, en la mayoría de las ocasiones lo hace para buscar ayuda, consejo profesional cualificado y, muy especialmente, calmar sus dolencias. Y lo de menos para él es si éstas son “graves” o no. Que debería ser de otra manera... que a las Urgencias hospitalarias deberían acudir sólo aquellos pacientes aquejados de una patología “importante”… Puede ser. Pero somos estúpidos si pretendemos que el ciudadano sea quién decida qué es importante y qué no, ése es nuestro trabajo. Igual que es parte de nuestro trabajo hacer Educación para la Salud: eso que queda tan bien en congresos y reales decretos, pero que muy pocos desarrollamos a diario.

Les pondré un ejemplo: un dolor de muelas no es una patología que ponga en riesgo la vida del paciente, claro que no. Pero si un paciente acude de madrugada al Hospital por un dolor de muelas, de poco sirve echarle la bronca y tratarle como a un capullo. No es ése el sitio al que hubiera debido acudir, cierto. Para eso están los Centros de Salud de Urgencias (ahora rebautizados como Puntos de Atención Continuada), vale. Es cierto también que el volumen de demanda es tal, que si consigues descansar un poco en un turno de 24 horas de guardia, hay momentos (especialmente de madrugada) en los que no te apetece que te consulten por un dolor de muelas, o por una gastroenteritis, o por un catarro... pero para eso estamos.
House y ficciones por el estilo nos han hecho mucho daño y parece que sólo nos sentimos bien curando "lupus" o enfermedades hiperextrañas, que son extrañas precisamente por su baja frecuencia...

Hagamos uso entonces una buena praxis médica, seamos pacientes (de tener paciencia y de ponernos en lugar del paciente, pensando que no sabemos nada de lo que sabemos por nuestra formación) y calmemos el dolor de quién nos consulta. Con frecuencia nos olvidamos de lo que puede llegar a doler una muela, o unos gases, o lo que sea; independientemente de que desde el punto de vista médico sea una urgencia vital o no. Evitemos, si tenemos claro el diagstico, pruebas complementarias injustificadas, que apenas, en estos casos, sirven para aumentar el gasto (y nunca me ha valido eso de que si no el paciente no se queda tranquilo: ése es también nuestro trabajo, convencer al paciente de que lo que le pasa no exige una radiografía, ni tres analíticas, ni una eco, ni un tac…). Y recordemos que el paciente sólo confiará en nosotros, como es lógico, si no le tratamos a pedradas. Si empatizamos con él y su dolencia. Si, por ejemplo, nos presentamos al llamarlos a la consulta (debo ser una excepción, y no quiero dármelas de guay, pero llamamos a los pacientes de tú y ¡ellos ni siquiera saben a quién tienen delante!). Expliquémosles con calma los pasos a seguir en la exploración, porque no basta con decirle al paciente “túmbate”, para tocarle la barriga, poner el fonendo en su pecho desnudo, o hacer un tacto rectal a un paciente. Si estuviéramos nosotros en la camilla otro gallo cantaría, de eso sí que estoy seguro.

Y aprovechemos el tiempo en que la medicación intravenosa hace efecto para charlar con el paciente; o, si no hay tiempo, al menos acerquémonos de vez en cuando a preguntarle qué tal va. Y en el momento del alta tranquilicémosle con un “que se mejore”. Si hacemos todo eso, es mucho mas fácil también poder explicar, desde la calma, que ya no tiene importancia, pero que la próxima vez, con una dolencia similar, debe acudir al Centro de Salud, que está para cosas como ésa y que seguramente, de haberlo hecho, ya haría mucho que estaría en su casa y sin dolor… pues no hubiera tenido que esperar a que antes que a él atendiese a aquel señor del infarto, ni a aquella otra señora de la obstrucción intestinal (urgencias urgentes, se entiende).


Todo es mucho más fácil si nos lo proponemos. Pero para eso, debemos asumir antes que nosotros, los Súper- médicos, no siempre lo estamos haciendo bien. Y ya va siendo hora de empezar a cambiar actitudes, dejar de preocuparnos tanto por cuántos artículos publicamos o en qué congreso nos han citado, para empezar a decir, desviando por un momento la mirada del ordenador, simplemente: “Buenas, soy Jesús, Médico de Urgencias, ¿Qué le pasa?”. A mí, al menos, me funciona.