Vuelve a hacer mucho insomnio esta noche... y he recordado lo que alguien que conozco me escribió una vez sobre una de sus noches de mal dormir. Lo he pensado bastante , y aunque puede que a mi confidente no le guste demasiado, creo que hay cosas que todos deberíamos conocer y pensarlas un rato, así que me decido a dejarlo aquí... hasta que cambie de idea:
Salgo de guardia. Noche dura.
He dormido, pero la conciencia descansa mal cuando asumes responsabilidades difíciles. Mantener a alguien durante más de seis horas de rodillas, esposado de manos, después de inyectarle un cóctel de ansiolíticos y antipsicóticos en contra de su voluntad... No es fácil reconciliarte contigo mismo después de firmar esa orden.
Se duerme… a ratos; de puro agotamiento. Se sufre, todo el tiempo. Tratar a las personas como a perros salvajes es inaceptable (y aquí no cabe el debate ni la duda, trabajo con pacientes humanos, no con animales; aunque ellos hayan cometido en algún momento actos impropios de nuestra especie...).
"Dado el estado del paciente y ante el riesgo de agresión y autolesión, se autoriza la sujeción mecánica del interno “equis”.
Para que sirva y a los efectos oportunos; así lo firmo el día de la fecha a tal hora, en tal Centro Penitenciario.
Fdo: Yo
NºCol: XX/XXXX/XXXXX"
El boli no escuece con la rúbrica. El efecto es posterior y progresivamente más intenso.
No se duda entonces. La imperiosa necesidad de acelerar el desenlace inhumano impide el titubeo: Hacedlo, rápido; y salid de aquí cuanto antes. Dejadle espacio, aire que respirar... Y CALLAD!!!.
Silencio, bestias. Acaso puede el ratón calmarse ante un ejército de gatos hambrientos, que le acorralan enseñando los dientes y las defensas de goma????
CALLAD, DEJÁDLE, SALID DE AQUÍ!!!!!!!!!!!
Humillación gratuita. No cabe justificación, por inteligente que sea. Y de tremendos felinos, permítanme dudar (aunque la duda ofenda), no sueles oír discursos brillantes.
Acelero el paso. Describo la actuación, con detalle y brevedad, en
La mano derecha empieza a pesar. Los dedos casi tiemblan. Las yemas de corazón y pulgar escuecen tanto que decido lavarme las manos. Poncio Pilatos.
De camino al cuarto de guardia evito escuchar los comentarios. Los Funcionarios del Módulo 6 aparecen serios, al fondo de
Ya no son tigres. Se tornaron personas.
Don Manuel, que colocó los grilletes, me busca con la mirada. Mirada cómplice, sí! Sus ojos gritan: "A mí también me escuecen los dedos, Doctor". Y no sé hacerme el sordo ante esos ojos.
Ññññññññññññññññiiiiiik. Tac. Cuando la puerta del Rastrillo 3 termina de abrirse y me permite el paso, vuelve el soniquete: ñññññññññññññiiiiiik. Se cierra a mi espalda con un postrero golpe seco que inunda la estancia y retumbará toda la noche en mi cabeza: TAAAACC!
Al pasar por delante del Funcionario del Control no me detengo.
-¡Eh, Doc!.-me grita- ¿vienes del seis, no?.
Antes de que pueda articular palabra, ni detenerme si quiera, lo suelta: ¿Le has esposado, no?.
-Sí, -contesto lacónicamente.
Y lanza el dardo.
-¿Quién te ha visto y quién te ve, Doctor?-. y añade, sarcástico- Me encanta.
Y vomité la respuesta por acto reflejo, no recuerdo haberla pensado; de hecho, incluso yo quedé sorprendido al escucharme.
-No te equivoques, cabrón. Lo hago por su seguridad y asumo las consecuencias. Yo no soy como tú.
Silencio. Choque de trenes y pupilas enfrentadas, Gesto duro, casi retador.
El tiempo pasa lentamente. El tac de la puerta cerrándose a mi espalda no cesa...machacante banda sonora de la espera.
Módulo 6, Celda 21. Nueva visita.
Han pasado cinco horas y la medicación ha hecho efecto. Los restos de saliva reseca en los labios y mejilla de "equis" hacen de Notario. Intento sin conseguirlo, mostrar respeto y cercanía en mi trato; pero soy severo en el discurso: "¿Cómo estás?". Y el ratón muta a león. No le entiendo, pero lo adivino. "Tranquilo, Tranquilo, Hicham" (o Said... ya no me acuerdo, ¿...o si me acuerdo?). "No es una negociación"-, escupo. Ahora sólo hablo yo: te pincho y en media hora te soltamos. Y no quiero volver a esposarte luego. Ni una bronca, ni un grito. ¿Entendido?" Le alargo un pito: el beso de Judas, pienso. Salgo de la celda lentamente, casi no cabemos nosotros dos y debo aún sortear a tres Funcionarios, el Jefe de Servicio y tres porras de goma. Esquivo un charco junto a la puerta de la celda que huele a pis. ¡Joder! Esposado no llega a la taza.
Taac.
Veinte minutos más tarde me encuentro en el mismo lugar. Alguien ha recogido el pis, el suelo aún está mojado por la fregona mal escurrida. Los Funcionarios, sin previo aviso, le han soltado la mano izquierda para que pueda cenar. Paso el primero y me agacho, me pongo a su altura. Rompo las reglas y me expongo al golpe. Él me mira, interrogante. "¿Todo en orden?", pregunto tranquilo. Sé de sobra que a otro ya le habría agarrado el cuello y mordido una oreja. Aún así, adelanto la rodilla derecha para marcar mi espacio. Sonríe.
Incluso así, vejado, con grapas en la frente, marcas en las muñecas, la camiseta ensangrentada y moratones en la espalda (que no se ven, pero se intuyen) es un morito guapo. Ojos negrísimos, complexión atlética, lampiño, pero con una melena rizada que le confiere dureza.
-Soltadle-. Y me obedecen.
Antes de abandonar el chabolo me da la mano dos veces. Y se atasca al hablar: "Grasias, Médico; yo portarme bien, te lo juro por mis muertos". Y me estrecha la mano como lo hacen los hombres de palabra, con fuerza. Después se golpea suavemente el pecho, sobre el corazón, y baja la mirada. "Uno sigarro, por favó". Le doy dos. Y vuelve a darme la mano...
Ya en
Tac.
Necesité una ducha helada para espabilar la mala noche. Mis oídos ignoraban las noticias que escupía a todo volumen mi radio-despertador, sobre el archivador que hace las veces de mesilla en el dormitorio de guardia. Me visto rápido. Recojo el cuarto en un santiamén y bajo a Jefatura. Me despido, mochila a la espalda, y saludan con aprecio. Me respetan. Son compañeros y así lo sentimos mutuamente. Hasta el punto de buscar la colaboración aún sabiendo que pensamos lo contrario que el otro. Ya camino hacia el patio cuando me dicen: "Doc, gracias". "De nada, para eso estamos", respondo sin girarme.
El arco de seguridad del Control de entrada siempre se vuelve loco cuando paso: píííííííí´-pííiíiííííi...
Salgo al aparcamiento y guardo la mochila en el coche. Respiro hondo el aire helado de la mañana y contengo la respiración.
Vuelvo a entrar.
Cuando llego, la puerta del despacho del Director está entreabierta. Toco suavemente y pido permiso.
- Adelante, siéntate, por favor.
- Buenos días, ...
Y ésa es la opción que defiendo. Y sé que me escucha con atención, y toma nota.
Y deseo, aunque no lo espero, que en la próxima guardia algo cambie, a ser posible, para bien.
TAAAACC.
Ya no me escuece la mano. Ahora me duele la boca.
O puede que no.
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